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EL ESCUDO DEL CRISTIANO

En nuestros días es poco usual hablar de escudos y armaduras, ya que vivimos en un mundo sofisticado y moderno, caracterizado por los avances en tecnología militar. Pero en la antigüedad se usaba mucho el escudo como una pieza de armadura defensiva, utilizado tanto en combates individuales como en batallas libradas por ejércitos. Algunos escudos estaban hechos de oro, algunos de metal y otros de materiales inferiores; pero lo suficientemente fuerte como para preservar a los guerreros de los ataques de sus más feroces enemigos. Esta arma, que por lo general era grande y estaba fijada al brazo o sostenida con fuerza en la mano, tenía la importante labor de proteger el cuerpo de los ataques con flechas, dardos o de la espada enemiga.

Debido a la singular utilidad de este instrumento en la batalla, tenemos frecuentes alusiones a él en las Sagradas Escrituras, y nuestro Señor ha considerado apropiado adoptarlo como un emblema oportuno de Sí Mismo, como una defensa de Su pueblo en todas sus guerras con el pecado y las huestes del infierno. Nuestro Señor, condescendientemente, se llamó a Sí Mismo el escudo de Su pueblo. Al patriarca Abraham dijo:

«No temas a Abraham; yo soy tu escudo y tu gran recompensa…». (Gn. 15: 1).

También vemos como Moisés para animar a los hijos de Israel a confiar en el Señor, les dijo:

» Bienaventurado tú, oh Israel. ¿Quién como tú, Pueblo salvo por Jehová, Escudo de tu socorro, ¿Y espada de tu triunfo? Así que tus enemigos serán humillados, Y tú hollarás sobre sus alturas.» (Dt. 33:29).

Aquí al Salvador se le llama «escudo»: y como Jesucristo es el único Salvador, debe ser el escudo deseado. El rey David, el hombre según el corazón de Dios, cantó sobre Jesús y enseñó a la iglesia de los primogénitos a cantar sobre Él como su escudo:

«Mira, oh Dios, escudo nuestro, y pon los ojos en el rostro de tu ungido.» «Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová…» (Sl. 84:9,11)

» Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; Mi gloria, y el que levanta mi cabeza. «. (Sl. 3:3)

«Jehová es mi fortaleza y mi escudo; En él confió mi corazón, y fui ayudado, Por lo que se gozó mi corazón, Y con mi cántico le alabaré.»(Sl.28:7)

» Mi escondedero y mi escudo eres tú; En tu palabra he esperado.» (Sl.119:114)

«Misericordia mía y mi castillo, Fortaleza mía y mi libertador, Escudo mío, en quien he confiado; El que sujeta a mi pueblo debajo de mí.» (Sl.144:2)

En todos estos pasajes, Cristo es, sin duda, el escudo. Ahora bien, lo que para Abraham, para David y para la iglesia del Antiguo Testamento fue su fuerte escudo impenetrable y su invencible defensa, la cual se interpone entre su pueblo y sus enemigos, el mundo, la carne y el enemigo de nuestras almas; protege al primero de los ataques más feroces y bien dirigidos del segundo; los salva mientras los reprende: rompe su armadura, los derrota y los desconcierta; y gentilmente ratifica sus preciosas promesas a Su iglesia porque: «Ninguna arma forjada contra ti prosperará…,» [1] «El Señor es fiel, quien no dejará que seas tentado por encima de lo que eres capaz, sino que, con la tentación, hará un camino para escapar, para que puedas soportarlo». [2] «Las puertas del infierno no prevalecerán»[3]. Somos, por lo tanto, «más que vencedores por medio de aquel que nos ha amado»[4]. Nosotros «vencemos a través de la sangre del Cordero»[5].

Ahora bien, ¿por qué debería considerarse increíble que Cristo sea el escudo que pretendía el apóstol Pablo cuando dice: «sobre todo, tomad el escudo de la fe»? [6] No hay un solo pasaje en todo el Antiguo Testamento que se pueda encontrar y del cual aprendamos que la fe es nuestro escudo; pero si hay muchos que expresan de una manera clara, que nuestro escudo es Cristo.

Ningún hombre, que sea verdaderamente hábil en las Escrituras y firme en la fe, se aventurará a afirmar que, cuando el mismo apóstol Pablo menciona la justicia de la fe, quiere decir que la fe es nuestra justicia. Entonces, ¿por qué debería pensarse que cuando habla del escudo de la fe, se propone enseñarnos que esa fe es nuestro escudo? Por qué la fe debe considerarse como nuestro escudo. No es fácil de concebir; dado que toda la corriente del lenguaje de las Escrituras sobre el tema, es bastante opuesta al pensamiento. Pero no es raro y sobre todo en estos tiempos, poner al siervo en el lugar del amo y atribuirlo a la fe. De manera que no puede predicarse de nadie más que de Cristo, porque la fe es bastante insuficiente para ser nuestro escudo, ni fue diseñada por Dios para responder a ese fin. De hecho, en el mejor de los casos, la fe per se, es un brazo débil y pronto caería presa de sus enemigos, si no estuviera protegida y defendida por Aquel que oró por Pedro, para que su fe no fallará y se le llama también «El autor y consumador de la fe». [7]

Pero usted me dirá: acaso no se dice: ¿esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe?[8] ¿Cómo vence entonces, si no es nuestro escudo? Al vestirse del Señor Jesucristo, que ha vencido al mundo, y ha conquistado principados y poderes para su pueblo, y al oponerse a cada enemigo en su nombre predominante, y su poder que nunca falla: nunca obtuvo una victoria sobre el menor de sus adversarios por su propia destreza. No puede hacer nada más que estar conectado con Cristo, quien es, realmente, su escudo todopoderoso.

La opinión sobre este tema tampoco es novedosa y singular. El doctor John Guills en su comentario sobre (Gen 14:1) escribe:

«Cristo es el escudo de su pueblo contra todos sus enemigos espirituales, el pecado, Satanás y el mundo, que ser sostenido en la mano de la fe, llamado por lo tanto el escudo de la fe, es una seguridad contra ellos.»

De hecho, se puede decir que Cristo, en verdad, es la totalidad de nuestra armadura, designada y dada por Dios para nuestro uso, defensa y seguridad. Y podemos decir con igual verdad, que por fe, lo vestimos como tal. Él es la verdad, la verdad esencial, nuestra justicia, la suma y sustancia del evangelio de la paz, nuestro escudo y eterna salvación. Por fe tomamos toda esta armadura de Dios, como su regalo gratuito y enfrentamos a nuestros enemigos. Es por fe en Cristo, como nuestro escudo y nuestra armadura completa, que nos cubre por completo en el día de la batalla, resistimos al diablo y apagamos sus ardientes dardos[9], Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.[10]

Bien dice el apóstol Pablo «Tú por la fe estás en pie» (Ro. 11:20). Un soldado aguanta bajo la protección de su escudo y cumple aun cuando el enemigo dispare para ahuyentarlo. Si la fe le fallara, toda virtud le abandonaría.[11] Amado hermano, la seguridad de tu cristianismo debe descansar en la fidelidad y la fuerza de Dios, que es quien promete. Sin embargo, esta seguridad no se hará realidad hasta que por fe creas que Él cumplirá Su Palabra. «Aférrate a Cristo el autor y consumador de la fe» y de esta forma, podrás disponer de toda la armadura de Dios, esa es la forma en la que resistiremos firmemente hasta el fin, hasta que estemos con Jesús por la eternidad.

Por Pr. Gerleys David Causil.

Notas de pie: 

[1] Isaías 54:17

[2] 1Corintios 10:13

[3] Mateo 16:18

[4] Romanos 8:37

[5] Apocalipsis 12:11

[6] Efesios 6:16

[7] Hebreo 12:2

[8] 1 Juan 5:4

[9] Efesios 6:11

[10] Efesios 6:12

[11] William Gurnall – El cristiano con toda la armadura de Dios. Pág. 627

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