La semana pasada comenzamos una serie de mensajes sobre el tema general, LA LEY DE DIOS EN NUESTRA SALVACIÓN. Hoy vamos a continuar, tratando de demostrar por medio de la Palabra de Dios, la necesidad de la predicación de la Ley, ya que la Ley es nuestro ayo, «nuestro maestro de escuela» para llevarnos a Cristo, y de este modo, podamos ser justificados por medio de la fe (Gal. 3:24).
Solo nos basta echar un vistazo al cristianismo de nuestra generación, para darnos cuenta y asombrarnos de la falta de la predicación de La ley en los púlpitos de muchas iglesias. Lamentablemente, también en aquellas, que se hacen llamar «reformadas». Prácticamente la gran mayoría de las iglesias a las que muchos recurren hoy para buscar el camino de salvación, no encuentran nada más en ellas que la predicación del amor y la gracia de Dios a expensas de Su justicia y santidad.
Es común encontrar predicaciones muy elocuentes y locuaces acerca de Su gracia, pero a expensas de Su santa Ley. Se nos dice que la Ley de Dios no tiene nada que ver con nosotros hoy, por lo tanto, no necesita ser predicada u obedecida. Otros, confunden la Teología del Nuevo Pacto, con la Teología del pacto y ven una discontinuidad entre el Antiguo y el Nuevo pacto; lo que los lleva a creer que el nuevo pacto ha reemplazado al Antiguo pacto. Pero la Teología del pacto, reconoce la naturaleza eterna e incambiable de la ley moral de Dios, yendo en contravía de lo que enseña esta novedosa forma de ver los pactos. Los defensores de esta distorsión de la teología del pacto (Teología del nuevo pacto) enseñan que Dios no le reveló su ley moral a Adán de manera natural, esto es, en su constitución al ser creado a imagen y semejanza de Dios. Pero la Teología del pacto, enseña que esa misma ley escrita en el corazón de Adán es la misma ley que posteriormente fue escrita en tablas de piedra en el monte Sinaí. De modo que, la Teología del pacto enseña claramente que la Ley del nuevo pacto es la misma Ley del antiguo pacto. (Jer. 31:33; Heb. 10:16). Por lo tanto, la Teología del nuevo pacto presenta un riesgo muy elevado de antinomianismo. Por supuesto, muchas congregaciones rechazan tajantemente ser antinomianas. Sin embargo, existen varias formas de antinomianismo que deberíamos considerar para entender un poco la necesidad de la predicación de la ley en los púlpitos.
Por ejemplo, tenemos el Antinomianismo práctico: el cual enseña que, como la gracia una vez recibida no se puede perder, entonces para qué preocuparse en observar la ley moral de Dios. Este tipo de antinomianismo es común en el movimiento Dispensacional.
Pero también existe un tipo de Antinomianismo Doctrinal: el cual enseña que, la manera de crecer en la gracia, promover la santificación y una vida de santidad no es por mantener los mandamientos, sino solamente por la obra del Espíritu Santo; por ende, debemos andar en el Espíritu. Y a estos, se les aplica aquel viejo refrán «Déjalo todo y deja a Dios que haga todo». Evidentemente, muchas iglesias Neo-Reformadas abrazan este concepto y lo acuñan a sus predicaciones. Pero la ley moral de Dios permanece para siempre como el estándar de Su justicia. Por tanto, Dios requiere obediencia perfecta a la ley. Jesús cumplió todas las demandas de la ley (y así removió la maldición) pero NO borra la ley como un estándar para el pueblo de Dios. Y debemos hacer la aclaración inmediatamente: La justificación no viene por mantener la ley. NO; antes bien, ahora somos libres para obedecer la ley de Dios y su ley no es gravosa.[1]
Habiendo dicho esto, me gustaría que respondamos a la pregunta ¿Qué necesidad tiene alguien de un Salvador si no sabe que está perdido? ¿Qué necesidad tiene ese alguien de una justicia perfecta en Cristo, si no sabe que Dios aborrece el pecado y requiere perfección antes de poder ir al cielo? ¿Qué necesidad tiene ese alguien, de la preciosa sangre de Cristo si no sabe que es miserable, vil, e inmundo, pecador que necesita ser limpiado? ¿Qué necesidad tiene ese alguien de un Sustituto Perfecto, si no sabe que ha roto la Santa Ley de Dios y está condenado por un Juez Justo y Tres veces Santo? Esta es la razón para predicar estos mensajes sobre la necesidad de la Ley de Dios, para que podamos exponer la condición pecaminosa ante Dios y la necesidad de arrepentimiento y fe en el Señor Jesucristo.
«…porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (Rom. 3:20),
por lo tanto, «el pecado es la transgresión de la ley» (1 Jn.3: 4).
Y usando nuevamente las palabras del apóstol Pablo en (Rom. 7:7),
«…pero yo no conocí el pecado sino por la ley». En palabras más sencillas, lo que el apóstol Pablo dice aquí es que el «No conocía el pecado y su naturaleza, aparte de la Ley que le mostró que era un pecador por naturaleza y práctica».
Muchos de nosotros podríamos decir, como el joven rico, «todo esto lo he guardado desde mi juventud»[2] (hasta que el Décimo Mandamiento nos diga: «No codiciarás» entonces, nos mostrará que el pecado yace en el corazón, donde el hombre natural está en rebelión contra Dios.
Vemos entonces que, la Ley de Dios en manos del Espíritu Santo es quien nos convence de pecado. Hasta que un pecador no sienta toda la presión por la condena de la Ley, él no huirá en busca de Cristo por misericordia. Un alma solo huye a Cristo como su último recurso. Él solo huye a Cristo cuando toda su esperanza se ha ido. Hasta que no sienta la terrible agonía por sus múltiples transgresiones a la Ley, jamás ira a Cristo como su único refugio. Eso es precisamente lo que nos dice Pablo en Gálatas. 3:24, que la Ley de Dios cierra todas las vías de esperanza y escape, excepto en el Señor Jesucristo. «…la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo». ¿y para qué? para que seamos justificados por medio de la fe, no por las obras, ni por el bautismo, ni por la membresía de nuestra iglesia, ni por guardar la Ley si pudiéramos, pero si por fe en aquel que fue crucificado y que ha resucitado, nuestro bendito Señor Jesucristo, quien es el único camino al Padre. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios» (Efesios 2: 8).
Ahora bien, permítanme mostrarles cómo el Señor Jesucristo usó la Ley para tratar con los pecadores, porque Él más que cualquier otro sabía que era por la Ley que tenemos el conocimiento del pecado, «porque el pecado es la transgresión de La Ley» (1Juan 3: 4).
En Mateo 19:16-22 tenemos la historia del joven rico, el cual viene a Cristo de la manera correcta; él vino corriendo. Él hizo la pregunta correcta; preguntó sobre la vida eterna. Pero de repente fue refrenado por nuestro Señor al presentarle los requisitos de la Ley. Cuando se le dijo al joven rico que, si quería entrar en la vida eterna, debía guardar los Mandamientos, el preguntó: «¿Cuál?» inmediatamente nuestro Señor puso ante él la segunda tabla de la Ley que tiene que ver con nuestra relación con el prójimo. Él dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre; y amarás a tu prójimo como a ti mismo». A esto, el joven respondió: «Todas estas cosas he guardado desde mi juventud: ¿qué me falta todavía?» A esta respuesta y pregunta, nuestro bendito Señor le presentó los requisitos de búsqueda del décimo mandamiento que dice: «No codiciarás» al decirle: «Ve y vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo». Hasta entonces, el joven rico no conocía la búsqueda de la Ley de Dios, su naturaleza espiritual y su lejana distancia de Dios, a quien creía tener cerca. La Escritura dice en el versículo 22: «Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones».
Posiblemente esa fue la primera vez, que el joven se había visto pecador ante Dios. Su codicioso corazón quedó al descubierto ante el Señor y no le gustó lo que vio. La ley de Dios lo había expuesto a sí mismo. Por lo tanto, vemos indudablemente que «por la ley está el conocimiento del pecado». El Espíritu Santo cuando convence a un pecador, saca a la luz el pecado que más ama. Nuestro Señor aquí puso Su dedo sobre el pecado que más amaba este joven rico, que era su codicia.
Al tratar con la mujer samaritana en Juan 4, nuestro Señor hizo lo mismo. Puso Su dedo sobre su pecado de lujuria: «No cometerás adulterio» y de ese modo le mostró a ella, el pecado que había en su corazón[3]. Este siempre es el camino del Señor en la salvación. Por medio de su Espíritu, convence de pecado al pecador y pone al descubierto Su Ley en nuestros corazones. De manera que, cuando la Ley de Dios nos expone a nosotros mismos y a la codicia de nuestros corazones, encontramos que la única cura es la sangre de Cristo, la única esperanza es el poder de Cristo, y el único remedio reside en el poder de la cruz de Cristo por el cual somos crucificados al mundo, y el mundo a nosotros. De modo que, mediante la predicación de la Ley, se nos hace ver nuestra necesidad de Cristo. Dios hace uso de la ley para trabajar en los hombres, convicciones completas de su condición pecaminosa, perdida y miserable por naturaleza.
Esta es la razón por la que la Ley de Dios jamás puede dejar de ser predicada, ya que, no es por el amor y la gracia de Dios que los pecadores van a ver su pecado; antes, por el contrario, ellos creen que son los suficientemente bueno como para demandar de Dios toda buena dádiva. El pecador necesita verse reflejado en el espejo de la Ley, donde pueda ver con toda claridad las impurezas y toda la putrefacción de sus pecados.
La ley para el pecador, es una ley terrible, ardiente, que produce ira y amenaza con ella; arrojando sus amenazas, maldiciones, condenación y muerte; pero para el creyente, al mirarla esa ley en Cristo; allí se cumple, se elimina su maldición, se responden sus demandas, y eso se magnifica y se hace honorable: y parece encantador y amable, para deleitarse y servirse con placer.
«Oh, ¡cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación».[4]
La próxima semana, Dios mediante, seguiremos estudiando el tema de la Ley de Dios en nuestra Salvación. El Señor les continúe bendiciendo.
Por Pr. Gerleys David Causil
[1]1 Juan 5:3
[2] Mateo 19:20
[3] Juan 4:16-18
[4]Salmos 119:97